viernes, 21 de noviembre de 2014

La Transformación de la Bestia


Me despierto, como siempre, entre la mugre del piso de esta oscura y húmeda celda. Mis ojos ya están acostumbrados a la penumbra pero de nada sirve, pues salvo por algunas cucarachas y ratas que rozan mi cuerpo de vez en cuando, estoy solo.

Hoy me han levantado de un puntapié en la espalda a pesar de estar despierto cuando ellos entraron. Me sujetaron con fuerza entre dos y me arrastraron fuera de mi prisión. Luego de pasar por aquel corredor, aquella pasarela de humillación, entramos al baño para asearme. Litros de agua fría son disparados a mi cuerpo desde una manguera, restriego mi cuerpo con las manos para quitar la mayor cantidad de mugre y ver si el agua aleja el olor a sangre y muerte de mi.

Una vez limpio, o menos sucio, soy sentado frente a una mesa. Uno de mis captores pone un trozo de carne a medio cocer en un plato desechable, su mirada trasmite desprecio y asco al verme devorar la carne sin importarme quemarme la boca y la lengua con la comida caliente. Una vez termino de comer, me alcanzan un vaso con un liquido que reconozco a medias, su contenido es una bebida energizante, de esas que contienen un gran nivel de cafeína. Sin dudarlo bebo aquella cosa, sé que necesitaré toda la ayuda necesaria.

Con poca prisa me guían por un corredor, un corredor que yo conozco muy bien. A cada paso el ruido de los gritos de un público se incrementa, insultos, carcajadas y demás de parte del público, lo cual me hace recordar mi primer día en este infierno.

No recuerdo como empezó, en donde o porqué solo sentía confusión, miedo, desesperación era lo que invadía mi mente y no permitía que pensara con claridad. Tenía un saco negro en la cabeza y las manos atadas, además de la compañía de matones quienes reían cada vez que me golpeaban para mantenerme a raya.

La primera luz que vi, cuando me quitaron el saco, fueron las de unos reflectores que colgaban sobre nuestras cabezas. Alrededor solo veía rostros eufóricos de personas quienes con vasos de plástico o botellas de cerveza gritaban por querer su espectáculo. Ese fue la primera de muchos shows que tuve que protagonizar y hoy estoy nuevamente sobre este piso de madera carcomida, viendo a un nuevo contrincante, pobre de él. Su aspecto no es tan enfermo como los de otros con quienes me he enfrentado. Su piel tiene color, su cuerpo cierta robustez, sus ojos azules expresan el horror y la confusión de estar en este lugar, o quizá el horror se deba a mi aspecto. Sus labios tiemblan y sus manos suben hasta su mentón, como lo hace un niño asustado que se encuentra lejos de mamá.

— Lo lamento chico — pienso. Ya no articulo palabra, solo gruño.

Se escucha una campana, la señal para pintar de rojo el lugar. Con gran velocidad me lanzo contra mi rival, no, no es mi rival, era mi presa. Una pequeña presa que intenta defenderse pero alguien como yo ha perdido parte de la sensibilidad y sus golpes y arañazos no hace mella en mí. Con un mordisco en el cuello, cual depredador triunfante, termino con el encuentro y la vida del pobre muchacho quien entre lágrimas y sangre clava una mirada hacia mí "¿qué eres?" parece querer decirme pero yo, lejos de conmoverme, entierro mis dedos en sus cuencas oculares para arrancar sus ojos.

Las risas y bufidos de la gente me aturden y enfurecen. Entre burlas comentan lo acontecido pocos minutos antes, como me lancé cual felino hambriento. Se quejaban que mi rival era un vulgar marica, que peleaba como una niña y que bien merecido tenía el final aunque yo debía hacerlo sufrir más.

Desde mi ingreso a este mundo siempre me enfrenté a tipos casi en mi misma situación o peores que yo, seres que habían dejando su humanidad a un lado para ser simples monstruos destinados a buscar sangre de monstruos como ellos más débiles. Jamás, hasta hoy, tuve que pelear contra alguien que nunca peleó, alguien quien conservaba su cordura.

Una lágrima cayó por mi mejilla. En ella, sentimientos varios como odio, rencor, furia, dolor, tristeza e incluso una alegría por recordar mi lado humano, se mezclan. Una fuerza que no había sentido en mucho tiempo se apodera de mí y con diabólica sonrisa manchada por la sangre de mi más reciente víctima, tomo la decisión de terminar todo esto con mis manos y me alejo de mis guardianes quienes intentan someterme, pero es inútil, este perro ya no sigue las órdenes de sus dueños. Empiezo por el tipo que siempre me despertaba con un golpe. A él lo golpeo primero en la entrepierna, veo como se retuerce de dolor, doblando el cuerpo hacia adelante, su cabeza se inclina hacia adelante y solo necesito mover un poco mis manos para aprisionar su cuello. Mis uñas están largas, son garras afiladas que lograron penetrar su piel hasta su garganta, la cual destrocé

Los asistentes no intentaron pararme, ellos estaban extasiados y vitoreaban. Sin embargo fueron los otros organizadores quienes se acercaron con palos para detenerme. Caí al piso al estrellarse uno de esos palos en mi espalda pero me incorporé rápido. Descubrí quien me había golpeado y fue él mi siguiente víctima. Le arrebaté aquel palo y este me sirvió como lanza, la cual usé para atravesar la cabeza del pobre imbécil que intentó frenarme. Aquel arma improvisada ingresó por su boca y no paré hasta escuchar un crujido y ver desaparecer el brillo de los ojos de él.

Usé ese mismo palo, para defenderme de otros 3 personas quienes no murieron -al menos no en ese momento- pero sí quedaron inconscientes. Seguí con el público y ahí, solo ahí la gente reaccionó.

¿Qué pasa? — pensaba mientras hundía mis garras en el rostro de uno de ellos — ¿No qué les gustaba la sangre? ahora les estoy dando lo que quieren.

Pero este es el problema de involucionar; no conté con las posibilidades y ahora estoy tendido en el piso sangriento, entre cuerpos fríos de personas que yo he asesinado. En mi espalda yace una herida que me quema y duele mucho, sé que mi tiempo ha acabado pero me siento libre nuevamente, a pesar que no podré regresar a casa sé que esa bale pudo devolverme la paz y la tranquilidad que tanto tiempo atrás había perdido. Todo se oscurece, es hora de despedirme.

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